De las "cases de neu" al hielo en cubitos

En un artículo anterior hacíamos referencia a las "cases de neu" de mallorca. La realidad es que la comercialización de la nieve compactada se desarrollaba, con variaciones, en todo el mundo. Sin embargo si disponemos de hielo en cubitos se debe a la obcecación de Frederic Tudor. 
Hace ya doscientos años que este personaje nacido en Boston, américa del norte, creó un negocio de transporte y fraccionamiento de grandes bloques de hielo. amasó una enorme fortuna y llegó a ser conocido como “El Rey del Hielo”. El inicio del negocio fue, según dicen, durante un picnic familiar, Frederic y su hermano William bromearon con la posibilidad de vender bebidas frescas en el Caribe, algo que podrí­a convertirlos en millonarios. La idea quedó marcada en la mente de Frederic, quien comenzó a estudiar seriamente la posibilidad de aserrar bloques de hielo de los lagos congelados de la región, embarcarlos y venderlos en países tropicales. 
El escepticismo con el que fue acogido se puede observar fácilmente, ningún armador de buques le alquiló un barco para que pudiera llevar a cabo el cargamento de hielo. Frederic Tudor, antes de abandonar su idea decidió comprar un buque propio. En 1806, cuando Tudor contaba 23 años de edad, el barco llegó a Martinica llevando 80 toneladas de hielo para vender a sus acalorados habitantes. Pese a que el cargamento llegó a destino en óptimas condiciones, la operación comercial resultó un fracaso absoluto. Los lugareños no estaban dispuestos a estropear el sabor de sus bebidas locales y se negaron a comprar el hielo de Tudor, quien veí­a con desesperación cómo su mercaderí­a se derretí­a sin remedio. 
Durante los años siguientes, las cosas fueron de mal en peor. La situación polí­tica, el caluroso clima y la falta de ventas conspiraron contra el sueño de Frederic Tudor. La gente no se animaba a mezclar sus bebidas con un trozo de hielo; la idea les asqueaba y se burlaban del pobre Frederic, a quien creí­an loco de remate. Su hermano William se retiró del negocio y las deudas lo agobiaron a tal punto que Frederic estuvo preso tres veces entre 1809 y 1813. Pero la obstinación de Tudor era inquebrantable, e hizo lo imposible para convencer al mundo de que comprasen sus cubitos de hielo. En la década de 1820, Frederic Tudor recurrió a todas las técnicas de marketing que se le ocurrieron para demostrar las bondades de su producto, incluyendo la degustación de “muestras gratis”. Tení­a por costumbre invitar a cenar a personajes distinguidos, a los que serví­a bebidas en vasos de cristal con frescos cubos de hielo flotando en su interior. Pese a la resistencia inicial de la gente a beber los preparados de Tudor los invitados aceptaban agregar hielo a sus bebidas y, una vez descubiertos sus beneficios lo adoptaban como hábito. Tudor viajó por todo el paí­s ofreciendo su original producto. Poco a poco, convenció a los dueños de los bares para que vendiesen las bebidas con hielo al mismo precio que al natural, enseñó a los restaurantes cómo fabricar helados usando sus bloques de hielo y hasta dialogó con los médicos en los hospitales para explicarles que el hielo resultaba una cura ideal para los pacientes afiebrados. Lo cierto es que las personas jamás habí­an necesitado el hielo hasta que Tudor se los hací­a probar. De allí­ en adelante, no podí­an vivir sin él. 
En la década de 1820, Frederic Tudor recurrió a todas las técnicas de marketing que se le ocurrieron para demostrar las bondades de su producto, incluyendo la degustación de “muestras gratis”. Tení­a por costumbre invitar a cenar a personajes distinguidos, a los que serví­a bebidas en vasos de cristal con frescos cubos de hielo flotando en su interior. Pese a la resistencia inicial de la gente a beber los preparados de Tudor los invitados aceptaban agregar hielo a sus bebidas y, una vez descubiertos sus beneficios lo adoptaban como hábito. Tudor viajó por todo el paí­s ofreciendo su original producto. Poco a poco, convenció a los dueños de los bares para que vendiesen las bebidas con hielo al mismo precio que al natural, enseñó a los restaurantes cómo fabricar helados usando sus bloques de hielo y hasta dialogó con los médicos en los hospitales para explicarles que el hielo resultaba una cura ideal para los pacientes afiebrados. Lo cierto es que las personas jamás habí­an necesitado el hielo hasta que Tudor se los hací­a probar. De allí­ en adelante, no podí­an vivir sin él. Los negocios prosperaron a partir de entonces y Frederic Tudor no sólo consiguió vender bloques de hielo en el Caribe (especialmente en La Habana) sino que también transportó su producto a toda Europa e incluso hasta la India. En su época de mayor esplendor, las compañí­as hieleras de Tudor realizaban embarques de más de 180 toneladas de hielo hacia Calcuta. Finalmente, la obsesión de Tudor por los cubitos de hielo dio sus merecidos frutos; se lo conoció como “El Rey del Hielo” y se volvió multimillonario, falleciendo próspero y feliz en 1864, varias décadas antes de que la llegada de la electricidad y los avances en los sistemas de refrigeración volvieran obsoletas a sus industrias.